Caballo de Troya 03 - Saidan by Benítez J. J

Caballo de Troya 03 - Saidan by Benítez J. J

Author:Benítez, J. J. [Benítez, J. J.]
Format: epub
Publisher: Caballo de Troya
Published: 2009-12-28T09:23:44+00:00


Fue, un error. Un involuntario error que, en otras circunstancias, podría haberme costado caro. Pero la bondad y tolerancia de aquella familia no co-nocía límites. La cuestión es que, ansioso por entablar contacto con el padre de los Zebedeo, no me percaté de que había irrumpido en el caserón por una puerta privada, de exclusivo uso de los dueños e íntimos del lugar. Al empujar la recia hoja de madera me encontré en un corral rectangular en el que picotea6a una numerosa prole de gallinas. A la derecha, a la sombra de un cobertizo, se agitó inquieto un pequeño rebaño de cabras de largas ore-jas colgantes y carneros de enormes colas del género de los «barbarines», conocidos popularmente como «de cinco cuartos» por lo abultado de dichos apéndices (el quinto cuarto). La presencia de tales animales, oriundos de Libia, me dio una idea de la prosperidad de la casa.

Crucé el suelo de tierra apisonada y, al salvar una segunda puerta practi-cada en el muro de piedra del aprisco, me hallé frente a un espacioso patio a cielo abierto que guardaba una cierta forma de L. A diferencia del corral, el pavimento de este segundo recinto aparecía adoquinado y escrupulosa-mente limpio. A su alrededor se apiñaban seis casas de una planta, de dife-rentes alturas, con estrechas escaleras adosadas a los muros de basalto negro que permitían el acceso a los tejados. Varias mujeres y niños tras-teaban entre lebrillos, fogones, utensilios de cocina y muelas de amasar. Mi súbita y clandestina entrada los dejó perplejos. Una de las galileas cuchi-cheó al oído de la más anciana y ésta, abandonando un brasero sobre el que chisporroteaba una humeante y apetitosa fritada de pescado, desapa-reció a la carrera por una de las oscuras estancias. Entonces, como digo, no comprendí el porqué de tan esquivo comportamiento. Mi aspecto, después de todo, aunque algo vencido por el viaje, no era incorrecto. Los saludé, deseándoles paz, pero no obtuve respuesta. Una de las niñas, de cuatro o cinco años, rompió a llorar, refugiándose entre los pliegues de la túnica de su madre. Alarmado e indeciso, no supe qué decir. Di un par de pasos con la intención de preguntar por el cabeza de familia pero, temerosas, retroce-dieron. La embarazosa situación no duró mucho. Gracias al cielo, a los po-cos segundos, por una de las puertas aparecieron dos hombres y la anciana que, evidentemente, se había apresurado a advertirlos de la sospechosa presencia de aquel larguirucho y entrometido extranjero.

Mi corazón se agitó. Aquellos galileos eran Juan y Santiago, hijos del Ze-bedeo. ¿Cómo era posible? Su llegada a la costa norte del lago estaba pre-vista para la noche de aquel miércoles o, como ya expliqué, en la mañana del día siguiente. La sorpresa fue mutua. Al reconocerme, Juan tranquilizó a sus parientes y, con los brazos abiertos, salió a mi encuentro, abrazándo-me. La entrañable acogida distendió los ánimos y las hebreas, curiosas, sin quitarme ojo de encima, volvieron a sus quehaceres. Santiago, distante corno siempre, se limitó a esperar a la puerta de la casa.



Download



Copyright Disclaimer:
This site does not store any files on its server. We only index and link to content provided by other sites. Please contact the content providers to delete copyright contents if any and email us, we'll remove relevant links or contents immediately.